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La errancia en la obra poética de José López Rueda (página 2)




Enviado por irapavilo



Partes: 1, 2, 3

En efecto, desde su más temprana madurez, el
escritor proveniente de la vieja Castilla, ardoroso y apasionado
de su verbo y pensar castellano,
certifica que. "Día tras día cumple el pensamiento /
dentro de mí su obra silenciosa, / metafísica
araña que afanosa / trabaja en su trabajo
ceniciento // Nada puede para su movimiento /
de encendida luciérnaga angustiosa / que explota la
sentina tenebrosa / donde el vivir me mana violento."

López Rueda arriba a la incógnita América
surcando la inmensidad de la mar océano, como antes lo
hicieron, tan aventureros y más desprevenidos, sus
ancestros ibéricos; el poeta contempla y se sorprende,
mira y queda absorto, agudiza la vista y el sentimiento de
abandono se ralentiza; el esplendor de la naturaleza
americana es capaz de apagar un poco la soledad de su corazón
castellano fatigado de distancias para darle sedativo paso a
olvidos pasajeros, a amnesias momentáneas: "Ahora estoy
viajando / por el Océano Pacífico. / Vastas nubes
plomizas / entoldan las inmensas latitudes. / Se me olvidan los
hombres y las cosas / mirando la redonda lejanía. /
Aire de eternidad
respira el alma."

Inevitablemente, el poeta ibero, en esos días
americanos, un tanto aciagos, de familia ausente y
arrumacos distantes, se extasía y rememora, compara y
sucumbe emocionalmente, implorando en sus letras la costumbre
acendrada, el rito irrepetible, el ceremonial de siempre: "Un
año más que lejos de mi España /
sin remedio termino desterrado / un año más de vida
clausurado; / un año más batiéndome con
saña (…) Oh de verdad madrastra España
mía, como quisiera respirar ahora tu Nochevieja destrozona
y fría."

Sin embargo, la desmesura americana, el tenor de su
gente, esa otra cosa que hace que Ibero – América no le
sea jamás extraña al bravío corazón
de un español de
Castilla, va progresivamente adentrándose en la
emoción tormentosa del escritor, quien no puede –
¿y quién podría? – ocultar su
admiración por gentes y cosas, por la naturaleza americana
y sus incomparables dimensiones, por las ciudades y los
lugareños de este lado del mundo que se quedó
prendido en la poesía
de López Rueda.

Así, primero Ecuador y los
Andes, y luego Venezuela y el
mar Caribe, se hacen presentes para darle motivos festivos a la
árida voz del castellano poeta. Dejemos que sea, como es
nuestra costumbre e intención, el propio escritor el que
nos conduzca, entre la alegría y la nostalgia, por los
azares de su emoción errante, por los derroteros de sus
vivencias suramericanas, comenzando por las más andinas y
equinocciales hasta llegar a las más azules y
caribes:

  • Atardecer en el Ecuador: Se sorprende
    vivamente el escritor por la cantidad y la furia del agua que
    cae desde un cielo más próximo – haciendo
    posible y real una húmeda hierogamia – en la
    fértil tierra ecuatoriana: "Del cielo ecuatorial el
    aguacero / cae sobre la verdura de los prados, / donde
    caballos pastan descuidados / indiferentes al chubasco fiero.
    // Lejos sobre los Andes, el postrero / sol de la tarde
    alumbra los sembrados / y eucaliptos al cielo gris alzados /
    lava con lluvia el Alto Jardinero. // Desde esta encristalada
    galería, / cercado de muchachas locamente / floridas o
    estallando todavía, // miro el paisaje, miro de
    repente / tus ojos del color de la alegría / y el
    corazón me ríe suavemente."

  • Los hijos del sol: Va el poeta en versos
    hasta el recóndito y elevado sitial donde el choclo se
    siembra y se esparce para pasar a ser alimento de una
    cultura, sustento de una civilización: "Donde esconden
    los cóndores sus nidos / y tiene el absoluto
    firmamento / su palacio de cumbres y de viento, / donde canta
    el silencio en los oídos // allí cuidan los
    indios esparcidos, / el maíz que en su verde
    crecimiento, / cincela ya, meticuloso y lento, / su oro
    pálido en granos sonreídos; // allí
    viven hablando escasamente / los vástagos del sol
    americano / que en los entierros beben aguardiente // y
    adoran con espíritu pagano / imágenes de un
    Cristo penitente / que nada tiene casi de
    cristiano."

  • Mediodía en la cordillera: El poeta se
    deja por momentos de la ciudad y de su universidad, y va a
    tomar contacto directo con la cordillera madre, con la tierra
    convertida en materna montaña, con Mamapacha,
    para extasiarse mirando lo nunca visto en unas alturas que
    desbordan de sentida emoción a un escritor de
    planicies. "Las montañas / alzan su fragoso cerco / de
    picachos que recortan / sobre el claro firmamento / con
    hiriente nitidez / su pardo lomo violento. / El sol
    está en el cenit / y no hay en el universo / un
    día tan desbordante / de luz. / Extiende el silencio /
    sus alas sobre los campos. / No hay apenas movimiento / bajo
    el techo azul del mundo. / Sólo algún
    pájaro en vuelo, / sólo una yunta de bueyes /
    arando con paso lento. / Las `polleras" de las indias / sobre
    los surcos morenos, / son borrones colorados / azules y
    amarillentos."

  • Exultante de luz: Una y otra vez el escritor
    se solaza en el paisaje y se hace uno con él,
    emocionado de tanta luminosidad, embriagado de una felicidad
    primaveral nunca experimentada, nuestro poeta ardiente de luz
    e inundado de alegría escribe: "Doradamente, bajo el
    mediodía, extensos campos de maíz destellan / y
    paciendo invisible entre los tallos, / el viento mansamente
    rumorea. / De colores vivísimos vestidas, / las indias
    van y vienen por las sendas; / las pitas erizadas en los
    setos / sus largas y pulidas uñas muestran. / Bajo el
    sol implacable de las doce, / el mundo es una lumbre
    gigantesca / y por los cuatro puntos cardinales; / altos
    montes es círculo llamean: / Las mariposas vuelan
    encendidas, / arden las margaritas en la yerba, / las piedras
    arden, arden las cabañas, / las truchas en los
    ríos, las palmeras, / los cuernos de los toros y hasta
    el mismo / silencio campesino / que se quiebra / con el
    múltiple canto de las aves; / arde también como
    una inmensa hoguera. / El telúrico incendio se propaga
    / por el mapa total de mis arterias…."

  • Contemplación del Chimborazo: Hasta la
    montaña por antonomasia de los Andes Ecuatorianos se
    dirige López Rueda para ofrendarle al pico un
    clásico canto de admiración y respeto. "Hoy
    quiero describir el monumento / de arcilla, roca y nieve
    levantado / en la región batida por el viento que
    desde el mar asciende fatigado; (…) Te apareciste
    envuelto en un sudario / de nieve antigua nunca derretida / y
    eras en el concierto planetario / como una blanca nota
    sostenida (…) Tus castas vestiduras impecables / ni
    una brizna viviente consentían / y en torno a ti sus
    alas implacables / ni siquiera los cóndores
    batían."

  • El Mercado Indígena: No hay
    ciertamente nada comparable a un mercado, y más cuando
    de uno indígena se trata, el poeta acostumbrado a los
    mercados y ferias de su tierra natal, contempla, sin embargo,
    con ojos de ingenuo asombro la dinámica de un mercado
    amerindio que se realiza en el mismo centro de la villa:
    "Llegan a la ciudad los labradores / cobrizos. / Traen olores
    / a florida y agreste lejanía. / Con sus desnudos pies
    apresurados / llevan a los mercados / su recién
    cosechada mercancía. // Son las horas del jueves, la
    jornada / que fuera consagrada / por los antiguos hombres de
    estos valles / a derramar ubérrimo y fragante / el
    cuerno rebosante / de abundancia rural sobre las calles. //
    Pasan con un jardín a sus espaldas / mujeres cuyas
    faldas / campanas ambulantes son de lana / tañidas por
    femíneos tobillos / y – errantes fuertecillos –
    / sus canastos alegran la mañana. // Van y vienen los
    indios abrigados / con ponchos colorados / conduciendo sus
    bueyes pensativos, / sus asnos trotadores, sus ovejas / de
    cándidas guedejas / y sus cerdos que chillan
    aprensivos (…) Yo no sé quienes son, qué
    nombre tienen, / no los conozco, vienen / de una edad que
    rebasa la memoria / y a nuestro mundo bárbaros
    extraños / a pesar de los años; / viven
    aún al margen de la historia."

Un trasatlántico es lo que dice ser, una inmensa
nave que va de un lado a otro del Atlántico, aunque
más contemporáneamente y por razones
prácticas, esa nomenclatura se
aplique indistintamente a la inmensa nave que va de un
océano al otro, del Pacífico al Atlántico,
por ejemplo. Ese paquebote puede ser, según quien lo vea
partir a la distancia, motivo de gozo o de tristeza, de
alegría o desolación. No puede nuestro escritor
esconder sus lágrimas de adiós cuando ve zarpar el
buque cuna, el galeón regazo, que pronto se adentra en la
altamar: "Surca la vasta y rumorosa / faz del océano la
nave, / llevando el peso dulce y suave / de mis hijos y de mi
esposa (…) Flotante San Cristobalón, / los conduce
sobre las olas / hacia las costas españolas / la
infatigable embarcación (…) Yo, mientras tanto, si
pudiera; / sería, oh mar, sobre tu espalda / una gran ola
de esmeralda / para verlos cuando quisiera."

Solitario y melancólico permanece entre niebla,
alpacas y montañas, el peregrino de las letras
castellanas, preparando una estación más de su
errancia americana; esta vez le tocará el turno a
Venezuela, y más específicamente a la ciudad de
Cumaná, donde el maestro de Castilla, ahora de Cuenca, y
pronto de Venezuela, ha sido convocado a sumar su conocimiento y
esfuerzo para ser pionero en la construcción de una nueva universidad en
esa ciudad emblemática del Oriente venezolano.

Arriba a las costas venezolanas el escritor errante para
confirmar sin tapujos que "Nada ha cambiado. Nuevamente / ven mis
pupilas españolas / la calma azul sobre las olas / que el
viento empuja mansamente."

Y recomienza de nuevo la errancia de López Rueda,
ya reconciliado con su forastero entorno, con su familia entera
vuelta de nuevo en otro trasatlántico donde la esperanza y
el amor eran
aguardados con impaciencia en puerto por un poeta radiante que
puede contemplar, sin nostalgias, otro mar y otras estrellas en
la paz de los suyos.

Vuelve a sus andanzas el infatigable hidalgo por
tierras, islas, ríos, montañas y selvas
venezolanas, y su emoción va dejando asentada su erranza
en versos que son una bitácora del espíritu
aventurero y emprendedor de un nuevo conquistador de Castilla que
en vez de la lanza en ristre trajo su lápiz presto –
"arcabuz ilusorio" – y en lugar del Catecismo imperativo, compuso
sus propios y personales evangelios para solaz de sus lectores y
discípulos:

  • Isla de Margarita: Viene y va el
    poético conquistador, siguiendo siempre el paso de las
    olas y las huellas de las gaviotas, hasta la isla de las
    islas de Venezuela, la Margarita, allí rememora
    guerreros ancestros y retorna a viejas andanzas de
    español re-encarnado para imaginarse a sí mismo
    ataviado con cota, malla y yelmo : "Desde la paz de la huesa,
    otra vez aquí he venido, / como espectro que regresa /
    a recordar lo perdido; // a añora aquel vivir / en
    peligro y sin sosiego, / aquel ansía de morir /
    combatiendo a sangre y fuego. // Pedazo de las Españas
    / en esta isla dormida, / rememoro mis hazañas / como
    un águila abatida. // Ansia de renacimiento / enciende
    todo mi ser / y eleva mi pensamiento / a las cimas del ayer.
    // Con mi arcabuz ilusorio, / una vez más yo quisiera
    / desflorar un territorio / sin límites ni bandera, //
    y montando bravamente / mi corcel disparatado; / llevar de
    nuevo en mi frente / el ensueño de
    ELdorado."

  • Al margen del Orinoco: Deslumbrado como si
    fuera un contemporáneo Cristóbal Colón
    de ojos estupefactos de tanta agua y enrojecidos de inusitada
    luz, contempla el escritor la magnitud del río
    Orinoco, propio de cualquier Edén personal.
    Impresionado el castellano de orillas del Manzanares de su
    lar ibero exclama y reflexiona: "Inmensa mansedumbre que
    suave se desliza / hacia el Este lejano. Vasto río que
    fluye / apenas alumbrado por la luz de ceniza / que el ocaso
    en el aire lentamente diluye (…) Catedral de los
    ríos, boa domesticada / que levantas a veces con ira
    tu espinazo / y amenazas tragarte la villa reposada / que
    sueña sus negocios dormida en su regazo. // Hoy junto
    a ti me veo, sólo rico de días, / llegado ya al
    otoño maduro de mis años; / y voy por tus
    orillas con las manos vacías, / mas perito en aguante
    y experto en desengaños."

  • La Gran Sabana: La selva venezolana concita
    rápidamente la atención de quien ha estado
    anegado de mar e inundado de cielo en su vagabundeo
    latinoamericano. La Gran Sabana con sus tepuyes milenarios y
    arcaicos, como dólmenes de una religión sin
    dioses celestiales, sacuden la emoción del escritor:
    "Volamos sobre la tupida selva / que no ha cambiado nada
    desde el génesis. / Ahora grandes vellones / soplados
    por titanes invisibles / pasan entre la nave y la llanura. /
    hemos retrocedido / dos millones de años / cuando por
    fin tocamos tierra. / Un paisaje de rocas precámbricas
    nos mira:"

  • Safari: No es que al África se haya
    dirigido el poeta, permanece todavía en la selva
    venezolana, acechado y en imaginario pero posible peligro de
    safari americano: "Ocultos animales / observan en silencio /
    el paso de los bípedos intrusos / y aguardan con
    paciencia / las horas de la noche. / Soy un humano
    diapasón que vibra / con el rumor del río. /
    Las oscuras raíces / que socavan el suelo
    laberínticamente / invaden mi esqueleto y me
    transforman en sequoya jovial que recupera / la primitiva
    savia."

  • Muchacho indio: Así como los
    amerindios andinos y sus usanzas sorprendieron grandemente al
    joven profesor que llegó barbilampiño de
    España al Ecuador; la bravura y donaire de los
    aborígenes que aún restan en Venezuela, los
    mismos que por su belleza y color de piel ictericiada – como
    el membrillo – habían concitado también, en su
    momento, la estupefacción de los Reyes
    Católicos, motivan al maduro maestro a escribir uno de
    sus mejores poemas síntesis de lo aprendido en aulas y
    libros y lo vivenciado en selvas y ríos: " Eres un
    dios de bronce y no lo sabes. / Te bañas en
    edénicos ríos. / Piloteas larguísimas
    canoas. / Te metes peligrosamente / detrás de
    torrenciales cataratas / para ver si averiguas sus secretos.
    / En la canela de tu rostro / tu risa es una orquídea
    / que ilumina los bosques. / Con tus robustos brazos /
    doblegas fieros pumas / o abrazas con delicadeza a tus
    amantes / que vibran de placer recibiendo el empuje / de tu
    sexo y tu vientre. / Eres un Endimión de piel oscura.
    / Aunque tú no lo sepas, / la luna sí lo sabe /
    y cuando estás dormido baja a besar tu rostro. / Un
    día ha de llevarte para siempre / a cazar junto a ella
    / etéreos venados / en su trópico de
    astros."

Largos y fructíferos años pasa el poeta en
Latinoamérica para regresar a su "madrastra
España" para proseguir errando por Oriente y por
América, esta vez la del Norte. En intima confesión
poética, López Rueda explica y se lamenta de su
nuevo atrevimiento: "Y resulta que yo también ahora, / a
mis sesenta y cinco años, tengo un empleo
extraño en Alcalá de Henares; / que me inflama de
estrés /
la envejecida próstata, / de la que, muy probablemente, /
los verdes cirujanos / tendrán que despojarme un
día de éstos."

Es que el nómada escritor ha aceptado un nuevo
empleo en una Universidad de América del Norte, Bowling
Green, en Ohio, que le permite prolongar sus enseñanzas,
continuar errando aquende y allende y, por
supuesto, escrutar y escribir, teniendo ahora como motivo otros
entornos, otras gentes, otras usanzas.

Desde allá, desde la América
norteña, vienen alumnos rubios, sajones y protestantes, y
hasta allá se dirige también el errante profesor
castellano para recabar nuevas emociones, a
objeto de que su joven corazón estimule al usado cuerpo en
sus interminables recorridos de poeta trotamundos y lo obligue "a
escribir estos renglones / mojando en claridades mi
bolígrafo / que como un diminuto pararrayos / induce
poderosas energías."

Y hasta la América septentrional, se dirigen
también los pasos y las enseñanzas del errante
profesor – poeta para dejar también en versos
constancia de su senda, no tan fugaz, por otras americanas
tierras, esta vez amplias, frías, anacoretas, solitarias.
Noticia López Rueda: "Las calles de este barrio silencioso
/ que me brinda apacible residencia, / están vacías
casi siempre, sólo / pasa de vez en cuando un
automóvil, / alguien que trota deportivamente / o bien
algún ciclista solitario. / Todos están metidos en
sus casas, / aunque fuera es espléndido el otoño /
y las ardillas corren por los cables / como los coches por las
autopistas. / Aquí la vida humana es muy celosa / de su
privacidad, todo se cuece / de puertas para dentro y las pasiones
/ fermentan o explosionan escondidas. / A veces me paseo por las
tardes / bajo el sol que
derrama / su transparencia dulce sobre el campo / y los
chalés que rumian el silencio / tal si la bomba
`sólo – mata – gente" / en segundos hubiera
disipado a los desprevenidos habitantes. / Pero quizá
detrás de las ventanas / ocultos ojos al mirarme duden /
si seré un peligroso vagabundo / o simplemente un paseante
excéntrico."

Sin embargo, es el Sur del inmenso país –
continente, el que convoca la mirada penetrante y la letra
justiciera del visitante advertido de apartamientos y
exclusiones: "Un lento río de blancos / avanza hacia el
inmenso teatro / de la
Grand Ole Opry de Nashville. / No se ve un solo negro. /
(¿Esto no es para ellos y lo saben?) / Hay un lleno
absoluto, / pero con pocos jóvenes entre los rostros
pálidos. / (¿Sólo es para nostálgicos
la música
paisana?) / En el gran escenario se ven trajes / de cowboy
musical, / botas de media caña / con adornos de plata / y
sombreros tejanos Suenan los violines campesinos, / el piano de
SALOON, / la armónica, los banjos, / el acordeón,
la eléctrica guitarra, / la batería que sustenta el
ritmo. / El corazón del Sur se alegra y danza / o
llora amores perdidos / entre los bosques de Kentucky, / las
plantaciones de Virginia / o las colinas de Tennessee… /
Rutilantes estrellas — mujeres e varones – / el aire
sonorizan con sus cantos. / El flash de los admiradores
/ se multiplica en breves, numerosas / explosiones de luz / en el mar
de cabezas entusiastas / que son ya un solo corazón, / el
corazón unánime y sonoro / del Sur
profundo."

Finalizada su larga y fructuosa errancia por el Nuevo
Mundo, por el mismísimo Ecuador, por la Tierra de
Gracia, por la Nación
de los pioneros, atrás quedaron, sin desaparecer del todo,
los altos y calmos Andes, el lento hablar de sus pobladores, el
desafiante planear del cóndor, las serenas playas de
Cumaná, la selva verde y lujuriosa, las caídas de
agua que
semejan un río vertical, los mares de agua dulce, el azul
distinto del cielo tropical, indígenas y mulatas, rubios
blancos, negros, pardos, zambos y sajones. El poeta, en su reposo
madrileño, sin melindres, libre el cuerpo de errancias,
rememora sereno y sosegado:

"Mis palabras hacen sonar el diapasón de los
recuerdos. / Los aletazos de los cóndores / cantan en los
corazones: / Un enorme mirlo llena la habitación
(…) Y suben primaveras elevándonos a todos. / Mares
azules nos llenan los ojos de esplendor / y crecen trigos con
amapolas sonora sobre las altas espigas (…) Nosotros
deseamos que todo sea luz (…) El mundo es perfecto / y
sólo existen animales alados
(…) Todo se ha transformado en paraíso (…)
Rompo mi capullo, mi pequeña prisión de barro
transitorio."

El otro lado del
mundo

Yo,

hombre de una
región lejanísima,

extranjero de extraños ojos
redondos

observo con disimulo y respeto

estos rostros asiáticos

que concentradamente suplican

a sus dioses antiguos.

Luego de su regreso de Venezuela, doctorado entretanto
en Filología por la castiza Complutense de Madrid y
jubilado como Profesor Titular de la muy prestigiosa Universidad
Simón Bolívar de
Caracas, donde dejó alumnos, discípulos y colegas
que con mucho apreciaron y aún estiman su donaire,
bonhomía, y, en especial, sus profundos conocimientos de
la lengua y la
literatura, y sus
consejos acerca de la vida que no se aprende en ningún
libro de
texto
universitario, López Rueda, en vez de balancearse en la
mecedora del salón de su apartamento en Mirasierra, pues
no, dijo otra que vez que sí, y vuelta Adelina a hacer las
maletas, y a tomar las previsiones necesarias para que la
normalidad operativa imperara en los predios del poeta en Madrid,
porque nuestro errante escritor aceptó esta vez, como si
nada, partir para el Lejano Oriente invitado por las
Universidades de Tankang y de Fujen en Taiwán.

Reinicia el poeta su errancia por esos otros lejanos
lados del mundo, asombrándose de nuevo de todo lo que ve,
oye, come, en fin, de cómo los chinos aman a sus vivos,
lloran a sus muertos y adoran a sus dioses, en síntesis,
de cómo se está y, sobretodo, de cómo se
deja de estar por aquellos amarillos parajes tan rasgados, ajenos
y distantes.

Particularmente, reveladoras son las observaciones y
anotaciones del escritor occidental en relación con los
ritos funerarios que contempla, dignos de relajada lectura y
dedicada atención para entender una muerte que
siendo tan igual resulta tan distinta. Narra López
Rueda:

  • El velorio: "Vivo desde hace tiempo en una
    isla remota, donde la muerte, que siempre es teatral,
    organiza decorados inverosímiles. En cobertizos
    especialmente construidos para largos velatorios, puede verse
    un gran retrato del muerto con corbata y chaqueta, o de la
    muerta con elegante vestido ceremonial. Una vez a la semana,
    los deudos se reúnen bajo la dirección de un
    sacerdote experto en ritos populares y rezan a los dioses
    para que ayuden al difunto a atravesar las diez mansiones del
    infierno, donde impecables Minos orientales castigan a los
    pecadores con increíbles suplicios. Durante las
    sesiones de plegarias, la familia y los huéspedes
    comen alimentos preparados al gusto del sucumbido. Para estas
    ceremonias, se cubren la cabeza como mozos de carga, con
    cabezales de diversos colores, según la
    relación con el muerto. A veces, para ayudar al
    espíritu en su difícil viaje
    subterráneo, la familia puede pasarse hasta dos horas
    andando a gatas alrededor del cobertizo. En algunas
    ocasiones, un médium se pone en trance hasta que por
    su boca habla el transmigrado con su mera voz y hace
    reproches espeluznantes a los presentes: Mientras tanto, el
    cadáver aguarda a que transcurran los cuarenta y nueve
    días exactos que dura el tránsito por el
    abismo. // Aunque los ataúdes son perfectos y cierran
    herméticamente, a veces, sobre todo en el
    tórrido y húmedo verano subtropical, trasciende
    un olor a putrefacción. Afortunadamente la familia
    sólo está en el recinto mortuorio durante las
    ceremonias, pero siempre debe permanecer alguien junto al
    monumento, para evitar que algún gato negro con patas
    blancas salte por encima de la caja, en cuyo caso, el muerto
    se levanta y empieza a caminar (…) Estas y otras
    complejas ceremonias constituyen la morosa liturgia de la
    muerte en esta isla de lluvias y vientos. Cuando transcurren
    los cuarenta y nueve días que prescriben las viejas
    escrituras, varios hombres levantan el abombado cofre, y bajo
    la sabía dirección del adivino, se inicia el
    sepelio bajo una mañana propicia."

  • El sepelio: "La comitiva se halla compuesta
    por una serie de camionetas transformadas en vagones, cuyas
    paredes están completamente cubiertas de margaritas
    incrustadas, naturales o artificiales, según la
    fortuna del difunto. Sus tonos ocres o amarillos inundan las
    calles con notas de alegría, pero no consiguen disipar
    el aire grave de la muerte que pasa. En una de las camionetas
    va el ataúd flanqueado por los deudos más
    próximos (…) Estos cortejos llevan siempre una
    pequeña orquesta que toca música tradicional
    con agudas chirimías plañideras y gongs de
    prolongadas resonancias. Van también algunos vagones
    que simulan elegantísimos cabarés, en cuyas
    plataformas posteriores bellas animadoras se van quitando la
    ropa lentamente a son de club nocturno que músicos
    invisibles modulan dentro del vehículo. (…)
    Luego, en las lindes del cementerio, las animadoras
    continúan haciendo su número para que el muerto
    – a quien en vida le gustaba el "streep tease" –
    descienda al abismo después de echar un último
    vistazo a su espectáculo favorito. Así la
    muerte china anima la mañana con su gran cola
    multicolor de papagayo metafísico, mientras el
    dragón tutelar pasea invisible por las nubes sus
    volutas interminables."

Los dioses orientales, las divinidades de aquel otro
lado del mundo, ese fenómeno etéreo inventado por
el hombre para
que éste luego lo inventará a él, ocupan
también la atención y los versos de un poeta
racional y positivista que también, como veremos en su
oportunidad, ha tenido que enfrentarse con la duda, con el
fenómeno de la re – ligación con un Ser
Superior.

López Rueda intenta en sus versos comprender lo
que la razón de Occidente no puede, ambiciona que sea su
emoción de poeta la que lo acompañe a visitar, sin
prejuicios ni premisas, templos de otros dioses, a detenerse en
la ejecución de ritos destinados a divinidades de
enrevesado nombre: Humilde y ajeno feligrés, el escritor,
mientras visita un templo taoista, con toda honestidad
confiesa: "En el interior hay un altar repleto de dioses /
desconocidos para mí, / occidental profano."

Como un reportero del espíritu, como un
corresponsal religioso asignado en otras místicas, el
poeta se informa e informa: "Cada devoto coge un haz con tres
varitas de incienso / que arden por el extremo superior / y
sujetándolas con ambas manos, hace varias reverencias /
frente al altar abigarrado / en que los dioses orientales se
apiñan (…) Los ídolos vestidos / con
hábitos ceremoniales / de vívidos colores / los
escuchan hieráticos, / los miran con sus rasgados ojos
inmóviles."

Y no le queda otra cosa que hacer el poeta sino ver la
realidad con los ojos de sus propias realidades religiosas. El
madrileño proveniente de la patria de la más
fanática catolicidad que se haya conocido, recurre presto
a los dioses judíos
de las creencias ibéricas y romanas: "Y estas imágenes
son la Virgen
María, / Abraham y Moisés, / Santiago
Apóstol, San José, San Juan Bautista / y el
Crucificado / de mis iglesias y mis catedrales / de Europa y
América: / en suma, el Gran Desconocido, el Deus
Absconditus, / el Mudo / que habla sin hablar; / el inexistente /
que existe, / el ausente / presente, / el que sin actuar /
actúa siempre, / el que siendo nada / es el Todo, / el
Tao."

Indiana Jones de la poesía, López Rueda
emprende, acompañado de bienvenidos baquianos, un paseo
nocturno por los arrabales de Taipei para que su espíritu
de castellano aventurero se solace otra vez ante lo
insólito y lo desconocido, ahora bajo otro cielo y otro
mar.

Relata el escritor como vio matar, decorticar, preparar,
engullir, disfrutar, digerir sin alteraciones del alma ni del
cuerpo: tortugas pequeñas, galápagos del lugar que
son dignamente acompañados por sangre de
serpiente que como bebida oportuna y de ocasión, es
ofrecida por un experto herpetólogo que toma a la sierpe y
"con experta incisión le extrae primero / el diminuto
corazón que deja / latiendo junto a él.
Después arrima / a la herida una copa que llena /
suavemente con sangre: Bien mezclada / la savia del reptil con
vino dulce, / la distribuye en diminutos vasos / que sobre el
mostrador en ordenada / fila coloca."

Nuestro escritor no sólo se solaza en la
comparación de dioses y ritos, en la degustación de
platillos que nada tienen que ver con un cocido madrileño
o con una elemental tortilla de patatas, la gente, por la que ha
sentido siempre prioritaria predilección, convoca
también su emoción de poeta deslumbrado, se dedica
a observar lo que, en apariencia, hace diferente a un hombre de
otro ser humano: "Lentamente contemplo, lleno de interés
literario, / a estos comensales sencillos / que de espaldas al
templo / tragan su arroz mirando el escenario / donde se
represente / con la tradicional vestimenta de abanicos, luengas
barbas, kimonos / y arias de agudísimos tonos, / un drama
para entretener a los dioses."

Y haciendo lo que sabe hacer, enseñando,
inquiriendo, observando, escribiendo, aventurándose dentro
de los demás para encontrase a sí mismo,
transcurren unos cuantos años de obligada parsimonia, de
genuflexiones respetuosas, de reverentes poses, hasta que el
poeta regresó a su querida España con su Adelina de
siempre, para continuar su interminable errancia:

"y en vuelo ya apacible / invadimos el alba / de
España / su espacio transparente / su amadísimo
espacio trizado por las codornices. / Los leones de las turbinas
/ rugen desaforados. / Aterrizamos con estruendo / en los dulces
pañales infinitos / que acogen en silencio nuestros pasos
/ y como sempiternos hijos pródigos / o insistentes Ulises
/ una vez más a Ítaca volvemos.".

La errancia
íntima

En el abismo, nadie sabe
cuándo,

calladamente, misteriosamente,

nació por fin la célula
primera

y en el vientre del ser surgió la
vida;

quiero decir el odio y el deseo,

el amor y
la muerte
reunidos,

quiero decir el gozo y la tristeza,

la blanca risa, el torvo desespero,

quiero decir el sufrimiento
inútil

y la fluvial, dulcísima
esperanza.

En el abismo, nadie sabe
cuándo,

secretamente, silenciosamente.

Ante los ires y venires del poeta, frente a las
andancias y vagabundeos del escritor, teniendo en cuenta el
ánimo aventurero y el espíritu trotamundos de
López Rueda, cualquier mortal en sus cabales podría
preguntarse con justificada razón: ¿Dónde
está López Rueda?

El poeta, siempre generoso con sus afectos más
cercanos y entrañables, escribe, para beneplácito
de la poesía universal, un poema –
Instantáneas – que funge de acertado y
apretado resumen de sus errancias, ausencias, pasiones,
recuerdos, amores, destierros, creencias, angustias, sosiegos,
penas y alegrías. Lo más importante de sus
vivencias y querencias está ahí, como si nada, en
sentido homenaje a Blas de Otero.

Recorramos detenidamente los versos de este singular
poema que logra ser la apretada síntesis de una errante y
apasionada existencia. Preguntemos entonces, más en
confianza: ¿Dónde está Jota
Ele?

  • "Está en la calle Postas a los cinco
    años, de la mano se su abuela Paca oyendo embelesado a
    un ciego que toca el armonio."
    El primer recuerdo del
    hombre es un osado estiramiento de la memoria para hacer
    regresar al presente olores, sabores, ruidos, paisajes, seres
    queridos a una precaria evocación que la existencia va
    haciendo más despoblada y selectiva. Ahí
    está entonces, setenta y tantos años
    atrás, Jota Ele, tomado firmemente de la amorosa mano
    de abuela Paca, ese bastión de ternura que le
    abrió los inocentes sentidos al poeta para despertar
    sus primeras y más remotas emociones: "Sólo
    tuviste de herencia / las paredes de la inclusa / donde
    viviste reclusa / tu infancia y adolescencia. / Soportaste
    con paciencia / servidumbre y orfandad (…) Una vez
    frente a un espejo / de tamaño natural / confundiste
    lo real / con su nítido reflejo. / Mientras tanto yo
    perplejo, / con mis ojos infantiles / vi cómo tus pies
    seniles / querían con insistencia / entrar por la
    transparencia / a mundos menos hostiles."

  • "Está en Arcos de Jalón comiendo
    en Auxilio Social".
    Nuestro poeta es un niño
    de la guerra
    , el resultado anímico de una
    conflagración insensata y fratricida que partió
    en dos el alma de su patria, y puso a unos de un lado y al
    resto del otro para que por años se odiarán, y
    ofrendarán su vida y seguridad en aras de un ideal que
    venció al otro para expatriarlo y conculcarlo. Jota
    Ele está, muy seguramente, comiendo unas lentejas sin
    estofar, acompañadas de un mendrugo de duro pero
    bienvenido pan, que ya es mucho comer en sus tiempos de
    niño de hambre compartida.

  • "Está en la cocina viendo cómo su
    abuelo Pepe destruye la vajilla del Duque de Equis robada por
    uno de sus hijos
    anarquista – en 1936
    y cómo luego mete los vidrios finísimos en un
    saco y se zambulle en la noche para deshacerse de las coronas
    ducales pulverizadas."
    Porque inevitablemente partido
    había que tomar, y el espíritu demócrata
    y libertario del poeta viene desde los genes mismos de su
    luchadora familia: "En la calle Latoneros, / la taberna de
    Jacinto / era un ruidos recinto / de fatigados obreros / que
    buscaban compañeros / para un vino ocasional / y entre
    tanto menestral / jugaba mi abuelo Pepe / su partida de
    julepe / con parte de su jornal."

  • "Está en su cama rezando el confiteor
    Deo
    con lágrimas en los ojos después de
    masturbarse."
    Jota Ele vivirá sus inicios
    sexuales, temeroso del castigo, como todos los adolescentes
    católicos españoles criados en el rigor de una
    religión que privilegia la castidad por encima de la
    caridad, castiga el irrisorio placer de la
    masturbación y propugna el temor a la ira de un Dios
    convertido en verdugo castrador.

  • "Está desvirgándose en un burdel
    barato de la calle de la Reina, fingiéndose un
    veterano anta la daifa, que, como es natural, no se lo
    cree."
    Inevitable para su generación, pasa el
    adolescente Jota Ele del placer de su mano al temeroso y
    presuroso goce de una vagina alquilada a fuerza de ahorrar
    escasas pesetas. Aventura iniciatoria emprendida, con
    más vergüenza que delicia, para satisfacer los
    inaplazables llamados de la virilidad y la permanente
    curiosidad de sus amigos.

  • "Está en la Biblioteca del Ateneo
    traduciendo a Virgilio."
    La vocación clara y
    evidente por la lectura y la escritura, por el latín y
    el griego, se evidenció muy temprano en quien,
    décadas después, iba a ser galardonado con el
    Premio Extraordinario que otorga a las mejores tesis
    doctorales la Universidad Complutense de Madrid.

  • "Está haciendo el amor con su primera
    novia en la noche de Jueves Santo en una pensión
    modesta de Ávila y dejando las sábanas rojas de
    hermosa sangre, (¿Qué dirá la
    patrona?)
    Suspendamos el comentario sobre este momento
    intimo del poeta apostata que escoge la Semana Santa para dar
    inicio a su pecaminosa luna de miel sin partida de casorio
    civil ni certificado de matrimonio eclesiástico
    alguno. (¿Qué dirán, escandalizados
    también el párroco y el Jefe Civil?)

  • "Está embriagándose en la alta
    noche con los hexámetros de la Odisea donde ruge el
    Océano."
    Y el poeta rememora – melancólico
    quizás – lo delicada y fieramente escrito,
    décadas hace, a orillas del Océano
    Atlántico que más pequeño se hace de sus
    anchuras para ser llamado Cantábrico por aquellos
    parajes húmedos y neblinosos: "Tan blandamente fluyen
    las silenciosas horas / junto a la mar que lame los pies de
    las montañas, / tan roncamente braman las olas y los
    vientos / y estoy aquí tan solo, que bien feliz
    sería / muriéndome de pronto, como un arroyo
    inútil. / Porque bastante anduve manchando con mis
    pasos / la tibia piel que envuelve y abraza la ancha tierra,
    / porque mi pecho impuro bastante ha respirado / bajo este
    cielo inmóvil, desordenadamente, / y ya no importa
    nada mi historia sin sentido / a nadie que solloce mirando
    leves astros. / Pues si supiera al menos que en este mismo
    instante / un corazón recuerda palabras, gestos
    míos, / si hubiera en algún sitio alguien que
    me estuviera / contando sus asuntos con mano pensativa, / si
    al menos unos brazos sedosamente fieles / todavía
    aguardaran mi regreso imposible… / Pero bien sé
    que nadie me sueña desde lejos / ahora que la tarde se
    apaga entre las olas / a golpes de tristeza velada en el
    paisaje, / ahora que los vientos baten mi frente insomne / y
    el mar a solas canta sus himnos al olvido."

  • "Está en el Vaticano ayudando al Maestro
    a expulsar los mercaderes del templo."
    Y no sólo
    en el recinto del minúsculo Estado Pontificio
    Católico y Romano ha contribuido con su palabra el
    poeta a expulsar a los negociantes del tabernáculo, en
    la extensa y ancha China, durante sus años de escaso
    entender los dioses y los ritos de sus gentes, Jota Ele,
    aliado del Maestro, reclamaba con voz propia de evangelista
    apócrifo: "No tengo nada contra vosotros / misioneros
    mormones, / anabaptistas, adventistas, / del Séptimo
    Día, / jesuitas, jesuitinas, / mercedarias, carmelitas
    de la caridad, / teresianas, opusdeistas, / bajá
    – i – s. / Pero cuando os veo en la calle /
    catequizando a algún chinito incauto / o sentados en
    las terrazas de los cafés / explicando la Biblia / a
    algún interesado catecúmeno, / inevitablemente,
    / pienso en las urracas blanquinegras / que volando furtivas,
    / penetran en los huertos del verano / y picotean al
    maíz maduro / o roban en las casas campesinas / joyas,
    que, según dicen, luego esconden / en apartados
    nidos."

  • "Está en un trasatlántico de
    bandera italiana emigrando a la América del Sur e
    intentando cortase el cordón umbilical que le une a su
    madrastra amadísima sin poder conseguirlo."
    Jota
    Ele es un ciudadano del mundo que no puede, no sabe renunciar
    empero a sus orígenes ibéricos, a su
    carácter de español, a su índole
    madrileña, a su pasión por la villa del oso y
    el madroño: "Solo yo en Arequipa, en las
    Américas, / madrileño en desgracia, desterrado,
    / con todas mis raíces al desnudo / y una atroz
    soledad entre los huesos (…) sereno voy por fuera, /
    mas por dentro devoran mis entrañas, / como
    ácido feroz o brasa honda; / los aulladores lobos del
    destierro."

  • "Está leyendo a Nietzche, a Sartre, a
    Camus, a Kafka, a Dostoiesky, a Mann, a Faulkner, a Ernst
    Hemingway."
    Jota Ele es también un trotamundos
    del intelecto, reconoce la necesidad de leer para escribir,
    así abreva en clásicos y contemporáneos
    para fortalecer su propio estilo, su particular manera de
    enfrentar las palabras y decir las cosas. "El poeta es
    semejante / al príncipe de las nubes / que vuela entre
    querubines / con sus alas de gigante / y sin que nada le
    espante: / ni la fragosa tormenta / o la flecha violenta /
    con que lo apunta el Arquero / cuando ascendiendo ligero / en
    su cielo se presenta."

  • "Está en Ámsterdam pintando la
    locura con su amigo Van Gogh."
    El poeta contempla y
    narra la locura que también ha podido ser el preciso
    momento del suicidio del errante holandés en los
    volteados campos de girasoles del sur de Francia:
    "Horrorizado de sí mismo, / se miró en el
    espejo / y una burlona carcajada / creyó escuchar tras
    de su propia imagen. / Luego avanzo tambaleándose, /
    cogió el revólver de la mesa / y se
    asomó al balcón, enloquecido. / Una luna
    amarilla / le golpeó en el rostro, / pero el muchacho
    no le tuvo miedo. / Disparó con certera
    puntería / partiéndola en mil trozos / e
    hiriendo gravemente / al lucero del alba."

  • "Está en Quito meando sobre la
    línea ecuatorial con un pie en el Hemisferio Norte y
    otro en el Hemisferio Sur."
    Arranques de festiva locura
    le sobrevienen al poeta; ratos de alegre y pasajera demencia
    le permiten al sobrio docto darse momentánea baja del
    protocolo de la cátedra, de la seriedad del maestro,
    por unos glamorosos minutos en estrecha complicidad con la
    compinche inadvertida de sus pasajeros desvaríos: "Oh
    demencial computadora mía, / creadora de
    símbolos cambiantes, / receptora de luz y ondas
    sonantes fragua de la tristeza y la alegría.
    (…) Eres el alto y misterioso guía / que dirige
    mis pasos vacilantes, / el piloto de pulsos vacilantes // que
    a veces pierde el rumbo y me extravía, la
    brújula que orienta mis instantes…"

  • "Está en Moscú con Lenín
    haciendo otra vez la revolución a ver si no
    fracasa
    ." De izquierdas ha sido siempre el poeta –
    "aunque por lo general, parezco un manso cordero" -; aliado
    de la justicia, su poesía adquiere incluso rasgos de
    sentencia cuando, lejos de su patria, excluido y segregado,
    desterrado de conciencia como tantos otros lo fueron y lo
    siguen siendo, es capaz de justificarlo todo, incluso el
    magnicidio, para salir de una vez por todas y para siempre de
    la maldad de los tiranos: "Pues cuando la justicia nos ordena
    / eliminar al déspota inhumano, / por más que
    sea dura la condena, // siempre decreta el pueblo soberano, /
    harto de la mordaza y la cadena, / que es lícita la
    muerte del tirano."

  • "Está copulando interminablemente a
    orillas del caribe
    ." Su palabra vaya alante, decimos los
    que en los predios del Caribe vivimos. De alguna de esas
    gozosas cópulas azules, saladas y arenosas queda este
    poema de Jota Ele, desnudo y salino. "El gran denario de la
    luna llena / condecora el inmenso frac del cielo / y
    tú desnuda alumbras mi desvelo / como una suave
    lámpara serena. // Tu refrescante boca de sirena /
    gustosamente presa de mi anzuelo / me brinda ya sus labios
    sin recelo / y el amor a mi lecho te encadena. // Mi mano te
    navega la cintura, / los senos y los glúteos pomposos
    / y en ele sosiego de la noche pura // tus encendidos
    miembros caudalosos / forman una gran ola de hermosura / que
    tiembla entre mis brazos jubilosos."

  • "Está en el Erection sustituyendo una
    cariátide
    ." Hasta el origen mismo de sus
    helénicas pasiones, de sus griegas afinidades, de sus
    helenas inclinaciones se traslada jubiloso Jota Ele para
    hacerse uno con el pagano templo: "El corazón gozoso
    me golpea / sobre estos venerables escalones / que
    subían las viejas procesiones / en las fiestas de
    Palas Atenea. // El Partenón de súbito blanquea
    / sus fustes, capiteles y frontones / dentro de bellas
    proporciones / los fieles celebran su asamblea. // El
    Erection más allá combina / la jónica
    voluta levantada / sobre esbelta columna femenina // con la
    firme cariátide varada / bajo la luz solar que la
    ilumina / en mármol casi vivo eternizada."

  • "Está en Taipei rezando en un templo
    budista
    ." Vuelve siempre admirado el poeta al
    místico ritual ajeno y desconocido. "Tres sacerdotes
    posados / en céntrica tarima y ataviados, / con ajadas
    capas pluviales, / monótonas salmodian letanías
    / de ya casi olvidados rituales. / Le acompañan en sus
    melodías / dos músicos ancianos / que
    tañen con sus hábiles manos / antiguos
    instrumentos orientales. / la litúrgica tríada
    oficiante / canta de cara al público."

  • "Está en Chicago oyendo bandas de jazz al
    socaire de los inmensos rascacielos iluminados que rompen el
    himen de la noche."
    No oculta su gusto el escritor por
    el jazz y sus misterios. En Chicago, en Nueva York, en Nueva
    Orleáns se arma de ganas para asistir a una de esas
    casas llenas del misterio ancestral del África y sus
    descendientes: "En una vieja casa del French Quarter /
    roída por los años y el salitre / por
    sólo cuatro dólares asisto / a un concierto de
    jazz. Entran los músicos- / algunos ya muy viejos –
    lentamente, / portando sus brillantes instrumentos. / Son
    todos negros excepto el cantante / que se sienta entre el
    saxo y el trompeta. / Cuando están los
    intérpretes completos, / y la banda improvisa los
    compases / del más clásico jazz, todos flotamos
    / sobre las olas mágicas del ritmo. / A veces el
    cantante octogenario / empujado por uno de los
    músicos, / muy trabajosamente se levanta / y entona
    melodías picarescas / o blues que nos matan de
    nostalgia. / El fantasma de Armstrong se sonríe / con
    dientes como teclas de piano / y dice "oh yes, yes, yes" muy
    complacido / oyendo a sus anónimos colegas: Todos
    tienen su parte de solistas / pero el que más me llega
    al corazón / es el robusto joven de la trompa / que
    profiere bajísimos acordes / con los ojos cerrados y
    perdido / en el último bosque del
    ensueño."

  • "Está en Johannsburg apoyando a Nelson
    Mandela."
    Fruto de su intacta pasión libertaria y
    de sus afanes de justicia, el poeta se acerca en blancos
    versos para acompañar al héroe surafricano a su
    salida de la prisión en la que lo mantuvo por
    décadas, la intolerancia, el racismo, el color de su
    piel, su reclamo de igualdad, la más elemental forma
    de la justicia.

  • "Está en un avión volando sobre el
    Polo Norte."
    Viene Jota Ele con Adelina de regreso de
    Taipei y a su paso va narrando, como piloto poético,
    el cielo, las nubes, las alturas y lo que en la tierra ocurre
    o se divisa: "Aterrizamos en Ancorage (Alaska) / Erguidos y
    pasados los bosques / grandes osos caminan / arrebujados en
    sus espléndidos gabanes / de piel inmaculada / que
    invisibles / tramperos / codiciosos acechan // Dejamos
    Ancorage."

  • "Está sintiendo a Dios vibrando en sus
    neuronas."
    Como veremos en su oportunidad, larga es la
    lucha de Jota Ele para que el Señor lo
    acompañe, lo libere de su abandono.

  • Está en cualquier rincón pensando
    vagamente en el suicidio."
    Como poeta y español
    la tragedia personal no está ausente de la vida y de
    las letras del poeta. ¡Fatal, Fatal, me va!
    podría responder Jota Ele sonriente con una copa de
    buen vino en la mano del suicidio.

  • "Está en uno de sus días buenos
    cantándole a la vida."
    El poeta tiene días
    malos, regulares y buenos, los malos lo asedian, los
    regulares lo fastidian, los buenos lo llenan de
    alegría que comunica sin remilgos: "Hoy es domingo.
    Desde mi ventana / por los vecinos patios se divisa / verdor
    resuelto en copas que la brisa / ondula bajo el sol de la
    mañana. // Veo cómo de blanco se engalana / un
    árbol que me brinda su sonrisa / y aspiro con fervor y
    sin camisa / el azul de la atmósfera temprana, // Todo
    es tranquilidad: Logran las aves / borrar por un instante con
    su juego / los ojos de la angustia siempre graves. // Y mi
    sangre circula con sosiego / acompasando sus latidos suaves /
    al corazón universal de fuego."

  • "Está en un ataúd más
    inmóvil que nunca."
    Nada menos cierto que este
    verso, Jota Ele no tiene el tono de la inmovilidad ni la
    paciencia de la quietud, es capaz de desangrarse en letras en
    pleno velatorio para que su poesía continúe
    circulando como torrente de frescas y genuinas motivaciones:
    "Cuando todo en mi interior se desploma, / cuando advierto
    que ya los deseos / mugen silentes en un callejón sin
    salida, / cuando la edad sin remedio me lleva / al inevitable
    y torvo desenlace previsto, / cuando sólo me queda /
    un pedazo de tedio para que yo lentamente lo roa, / cuando la
    primavera se aparece de nuevo / con sus musicales colores que
    ya no encienden la ilusión en mi sangre, / cuando me
    dan envidia / las jóvenes parejas que en los parques
    se abrazan… / sólo me queda el recurso de
    sangrarme los versos / para aliviar la tensión
    excesiva / que me hincha el alma hasta romperla."

  • "Está en la calle Postas a los cinco
    años de la mano de su abuela Paca oyendo embelesado a
    un ciego que toca el armonio."
    Tarde o temprano todos
    regresamos a la tierna edad de las despreocupaciones, al
    regazo protector, a la mano cálida y solidaria de la
    madre o de la abuela, a la perdida y añorada infancia;
    Jota Ele no es la excepción:

"Si acaso hundo mi vista en el silente / y largo
corredor de la memoria, /
contemplo mi sombría y ancha frente / ajándose a
medida que mi historia / llega a la
galería del presente. / Me veo niño uncido ya a la
noria / de esta vida que alterna la amargura / y el dolor con la
risa y la ternura. // Me contemplo asomado a la ventana /
mientras mi breve cuarto enjalbegado / se inundaba de luz por la
mañana. / Me recuerdo mirando ensimismado / sobre el cerro
la parda barbacana / firme en los siglos contra el viento airado
/ que limaba la torre y las murallas, / despojos mudos ya de cien
batallas. // Vuelvo a ver la encalada y pulcra estancia / donde
pasé la guerra
fraticida, / vuelvo a ver la ventana de mi infancia / por
el cobrizo sol de ayer transida."

Cuerpo en otros
cuerpos

A veces, yo solía tenderme en los
graneros

a pensar en los ojos profundos de las
niñas

que eran para mi entonces inalcanzables
seres

hechos de lo más leve y hermoso de los
mundos,

Me pasaba las horas largamente
soñándolas

con músicas antiguas en sus
vientres

y tibias azucenas bullendo ya en sus
pechos.

López Rueda está hecho para amar –
"miro el paisaje, miro de repente / tus ojos del color de la
alegría / y el corazón me ríe suavemente"
– y para hacer el amor – "Yo quisiera llevarme la
corza más esbelta; / la más lúbrica diosa, /
para amarla desnuda bajo los parasoles."

El poeta se concibe a sí mismo, en porfiados
versos, en diversas circunstancias, yaciendo en ardientes lechos
o apareándose en castas páginas, porque la
ilusión de la cópula y la imaginación del
sexo, en su
poesía, pueden tanto como la realidad de la unión
carnal de los amantes, cuando las pasionales letras del poeta
soñador, entusiasmado, ilusionado, trasmiten ese ardor de
gónadas previo a la efusión del semen enamorado, el
real o el imaginario.

Desde su adelantada madurez sentimental, Adelina
Martínez, ocupó el corazón del estudiante
aventurero, y precoz se instaló en la soledad y la
memoria del
poeta errante, quien la matrimonió en Madrid, por poder, y
sólo alcanzó yacer con ella, la solidaria
compañera de sus errancias, en paz y a sus anchas
lúbricas y afectivas, largos meses después, en
Cuenca del Ecuador, por seguir queriendo quererla; mientras
espera su anunciada llegada, el escritor, en medio de la
neblinosa ingrimitud andina de recuerdos de la amada se nutre:
"de pronto ha surgido; / como suave epifanía, / en la
inmensa galería de mis sueños, alumbrada / por una
luna olvidada, tu clara fisonomía."

Vehemente, aguarda el poeta el ansiado arribo del
parsimonioso navío que transporta la adolescente –
mujer de sus
andinos desvelos, hasta que, por fin, López Rueda puede
alborozarse a plenitud, en besos y versos, con su amor logrado:
"Por el vastísimo, nocturno / vidrio los astros
se deslizan, / calladamente destellando, / cumpliendo en paz su
eterna huída. / De cuando en cuando caen fugaces /
estrellas a profundas simas; / por corazón, amada tienes /
un nido gris de golondrinas. / hay mil estrellas en el agua /
clara y honda de tus pupilas; / rozo el origen de los mundos / al
besar tu boca encendida. / Avaramente, locamente, / acaricio tu
carne tibia / y en tu aliento de madreselva / calmo yo mi sed
infinita. / ¡Sagradas órbitas del mundo!, / gira mi
sangre todo gira, / la mano del amor nos alza / a su más
luminosa cima."

Conoce el poeta que así como hay amores reales y
posibles, fehacientes, allá y acá, hay otros que
sólo obedecen a la pasión de las virilidades
retenidas en "la hora en que los cuerpos furiosamente se
entrelazan; / aunque todo es inútil; / es la hora propicia
para rumiar los sueños / que nunca se nos cumplen, para
pensar en labios que nunca serán nuestros…" La
errancia del poeta va sumando nombres quiméricos, cuerpos
distantes, labios forasteros, calificativos que sólo se
pronuncian con la pasión del lápiz sobre
frenéticas páginas que sustituyen deseados lechos y
ardorosas caricias, por que el poeta sabe que las mujeres pasan
alegres o "tronchadas de quejumbrosa risa."

Acotada y sin prejuicios es la lista de las pasiones de
página del poeta: unas son andinas de pausado platicar,
otras caribeñas de rumorosas caderas, incluso hay
diminutas chinas de incomprendido hablar y una que otra sajona
que vino silente a despertar en la senectud del escritor, las
ganas de hombre que yacen instintivas en los viriles pantalones
de López Rueda. Como un harem de lo imposible, el califa
madrileño va, lúbrico, lujurioso, seleccionando y
regocijándose de sus encuentros de playa, de sus amores de
retrovisor, de sus prohibidas pasiones de aula, reconociendo sin
melindres que: "Los jubilados pelos que me restan / me
transforman en verde papagayo / cuando sueño con juveniles
cinturas / que ya me están vedadas."

No es tan larga la enumeración de las pasiones
erótico – literarias de López Rueda, como
para no permitirnos compartir el morbo vigente, notorio y
resignado del poeta:

  • Tórtola viuda: No hay nada más
    apetecible que una viuda joven y reciente que ha conocido a
    plenitud el pasional ardor de sus entrañas y la
    oscilación salvífica del orgasmo. López
    Rueda con esa intuición de hombre que sabe de hembra
    comenta y se lamenta: "¡Qué nevadas colinas,
    qué encendido / paraíso de amor y bosque
    ardiente / hurtas, tórtola viuda, fieramente, bajo el
    arcano luto de tu vestido! // Venus de puro fuego sin marido,
    / ora extingues tu incendio blandamente, / ora rezas y pones
    vanamente / sobre tu piel un Cristo dolorido. // Y yo
    ¡qué noches, violón maduro, / me paso en
    claro imaginando ardides / para lograr tu más feliz
    seguro! // Pues con tus ojos de novilla pides / algo que yo
    podría – toro impuro – / darte muriendo en
    deleitosas lides."

  • La criolla rubia: Este poema delata la saliva
    derramada por un joven español deslumbrado por un culo
    y unas caderas que van más allá de lo visto y
    deseado. Nuestro escritor se deleita con el vaivén
    sinigual de unas tetas generosas, de unas nalgas bailonas y
    no se aguanta las ganas de quererlo para sí y para su
    colección de hembras imposibles: "Con su planetario
    culo rozagante / y sus dos gloriosas mamas de aguacate, / la
    rubia criolla / viene por la calle. / ¡Ay
    merecumbé! / Sus equinocciales caderas oscilan / con
    guasa y con arte (…) La criolla rubia cimbrea su talle
    / de caña de azúcar. / un despampanante / lazo
    azul ocupa / todo el ondulante / mapa de su grupa. / Con un
    ritmo suave se mece su falda, / cámpula errante. / Y
    sus ojos negros / cándidos y grandes / bajo sus
    dorados / bucles rutilantes, / hacen infinitamente deseable /
    la noche ninguna de amor que va a darme. ¡Ay
    merecumbé!"

  • Cenit: Solo en la hora en que el sol
    deslumbra, y las pieles brillan de juventud y las formas del
    cuerpo de la joven relumbran con el caer de los rayos del sol
    al mediodía, el poeta, celoso del oleaje del mar, se
    extasía y se lamenta ante la indiferente e inaccesible
    damisela: "Oh doncella de senos semiesféricos, vivos,
    / como dos juguetones diocesillas paganos; / oh
    bañista canela cuyos miembros lascivos / al azul dan
    ahora lo que nunca a mis manos."

  • Grace: En pleno Caribe, dorado por el sol y
    la cabellera de una nórdica extranjera, el poeta
    vuelve a sus andanzas de Casanova ignorado, y en sonetos le
    dice a Grace aquello que, emergiendo de las entrepiernas, su
    voz acalla. "Pan en bandeja azul, el sol destella, / cuando
    imprimiendo va sobre la playa / el marfil de tu pie su breve
    huella. / casi desnuda bajo leve malla / – guitarra
    grácil -, tu figura bella / mis fascinados ojos
    avasalla. // Andas en vagos sueños embebida / raras
    conchas buscando por la arena / y dudo si serás muda
    sirena / o la fénix al cabo renacida. // Ronronea la
    mar adormecida / bajo la vasta bóveda serena / y es tu
    hermosura – para siempre ajena – / nórdico
    imán de mi razón vencida."

El maestro – ahora discípulo – en la
misma China, de
bellas cortesanas y complacientes compañeras, siente la
fascinación de unos ojos rasgados, de una sonrisa que
puede no sea vertical, de una juventud que
está más allá de sus ya vencidos tiempos de
conquistador ibérico. Convencido de que la pluma nunca
declina, que el poema no necesita yerbas o estimulantes, nuestro
ibérico erotómano nos brinda dos ejemplos
fehacientes de deseos sexuales plenos y vigentes. López
Rueda – "sesentón contemplativo" – deja
constancia de la seducción que sobre su corazón
intacto ejercen unas jóvenes e intocadas
taiwanesas:

  • Clase de mandarín: Si el poeta lo
    hubiese podido expresar en perfecto y comprensible
    mandarín, estas propuestas de cama y sexo hubiesen
    llagado, maduras y ardorosas, a los oídos de su
    estupefacta y juvenil profesora de chino: "Muchacha de
    Taiwán que algunas tardes / vienes a verme y a
    explicarme chino, / posa tus labios rojos como el vino / en
    los míos sedientos y cobardes. // Muchacha de mirar
    enamorado / y aire de pajarito misterioso, / entrégame
    tu corazón mimoso / y toma el mío viejo y
    fatigado (…) Muchacha de Taiwán, espejo vivo /
    que reflejas mis ojos y mi frente, / ¿cómo
    será copiada por tu mente / mi faz de sesentón
    contemplativo? // No lo sabré jamás, pero sin
    duda / presiento que guiada por mi mano / a mi lecho
    vendrás tarde o temprano / esbeltísima,
    pálida, desnuda."

  • AKI: En un bello y juvenil poema amatorio, el
    escritor, impactado por la dulzura e ingenuidad de la joven
    china Aki – "la de los labios perversos / y risa de
    querubín" – le confiesa en sigiloso y
    métrico poema: "Tan fascinado me tiene / desde que la
    conocí / que el día nunca amanece / plenamente
    para mí / hasta que veo la punta / graciosa de su
    nariz (…) Tan espléndida florece, / tan alegre
    y juvenil, / que mis penas a su lado / se disipan sin sentir.
    / es una rosa reciente / de inmaculado perfil / que inunda mi
    pensamiento / como un bello mes de abril. / Si yo tuviera de
    nuevo / la juventud que perdí, / daría toda mi
    vida / por tenerla en mi jardín."

Pero es Delsi, una estudiante americana en el castellano
campus de Bowling Green en España, la que despierta en el
escritor una pasión irrefrenable y de antología. El
poeta le dedica a Delsi, unos versos plenos de una ardorosa
sensualidad y de una sincera resignación que merecen tener
un lugar de privilegio en cualquier compilación de
poesía erótica.

López Rueda se lamenta y desea: "Delsi, ya mis
otoños / no destilan el mosto que solían. / Sin
embargo, deseo / a pesar de la edad y de los mohos, / tatuarte en
mi piel como una
estampa / de cuerpo entero." Convertido en zoólogo
apasionado, en ardiente entomólogo, el poeta le declara a
su amada estudiante. "Eres la caracola cuyo huésped / en
su nácar oculto se agazapa, / el ciempiés que
transcurre por mi sombra / lentísimo y extraño, /
el náufrago que pasa que arrebujado / en pieles de
silencio." Rendido ante la evidencia de la imposibilidad carnal,
el poeta reconoce lo ya sabido. "Y como tantas otras, / tú
nunca serás mía."

Resignado pero no vencido, el escritor, consciente de
que todavía pudiese haber tiempo, antes
de la partida de su amante imaginaria para casarse en Ohio, se
regocija en pensar que Delsi le concederá sus "besos de
muchacha / casi recién amanecida al mundo, / el
césped secretísimo / de tu valle más hondo y
más blondo. / Déjame, pues, hundirme en tus
espigas, / concédeme tu lengua que, sin duda, / ha de ser
sosegada, / húmeda, apacible / y posiblemente
hogareña. / Naufrágame en tus mares
amarillos."

Si lo que demanda el
poeta le fuese concedido por su Delsi generosa y complaciente, el
poeta excitado, ardiente, dotado de una fogosidad renovada le
ofrece a cambio.
"empotrar mis deseos musulmanes en
tu grupa de potra / nerviosa y aria / y recobrar mi juventud
pérdida / sobre las suaves bóvedas siamesas / que
erigen en tu pecho / breves moras gemelas. / Pues, Delsi, estoy
seguro / de
que siendo como eres, / una Caperucita admirablemente perversa,
sueñas con las caricias paternales / y deseas perderte en
el bosque vedado / donde las verdes ceibas del incesto / te
brindan el tabú de las delicias (…) Aquí me
tienes esperando / como una pacientísima pitón que
te fascina. / Cede, acude, sucumbe, / entra en mi boca
ávida / y quédate dormida / en mis tibias
entrañas absorbentes."

Calmado el lobo en luna llena, el animal lujurioso,
rijoso, aullador, que habita en el erotismo del poeta,
apaciguados los ímpetus de la carne propia y las
inevitables atracciones de la ajena; López Rueda regresa
al sosiego de costumbre, a los besos y a los senos habituales, al
regazo solidario de su Adelina de siempre y hasta la muerte de
verdad, para pedirle, con ruego propio y verso quevediano, su
último deseo en esta tierra
libidinosa, hecha para el placer del coito y la momentánea
expiración que implica la incomparable
cópula.

"Dulce Adelina, para cuando muera, / muy
amorosamente yo te ruego / que mi envoltura des al fuego / y
así me libres de la gusanera. // Selecciona un
crepúsculo cualquiera, / intérnate en el mar y
esparce luego / lo que de mí te queda: polvo ciego; y
ojalá esto ocurra en primavera. // Si alguna vez el mar
embravecido / lanza a tus pies espuma alborotada, / seré
yo que regreso del olvido // con nostalgia espectral de tu
mirada: / sólo oleaje ya, mas con sentido, / espuma fiel,
espuma enamorada."

Una erranza
metafísica

Piloto de los mares de la vida,

cumplía yo feliz mis
singladuras

con Dios sobre la sangre anochecida.

Mas hoy apaga con estrellas puras

la borrasca del alma descreída,

mi huérfano bajel navega a
oscuras.

Dios, su ausencia, su presencia, su genuina solidaridad, su
existencia, su capacidad para oír y brindar una mano
solidaria tanto al creyente como al ateo, la otra vida, el
más allá, la resurrección, han sido temas
constantes y reiterados en la poesía intima de
López Rueda, en desolados versos así lo confirma.
"Cuando alumbro mi espíritu por dentro / – minero de su
abismo inexplorado -, / en sus oscuras rocas siempre
encuentro / tu nombre por el rayo burilado."

El poeta, altamente condicionado en sus creencias
religiosas por una sociedad
española ahíta de fe cristiana y abarrotada de
estricto catolicismo, se debate
continuamente con ese Dios que desde niño le colocaron
encima para que lo adorara y alabara en cada acto de su vida: "No
puedo recordar exacto el día / en que te conocí por
vez primera. / Sólo sé que, muy niño
todavía, / tu imagen era ya mi
compañera."

Vacila con razón el hombre que va siendo; el
poeta, en los albores de su primera errancia americana, formula
preguntas que no obtienen respuesta evidente por parte de una
divinidad lejana que, poco a poco, se va convirtiendo en ajena:
"Mientras voy lentamente paseando / por estas cumbres
ásperas, de nuevo / mi impura y solitaria voz elevo /
hacia Aquel a quien busco vacilando. // Mas Tú,
Señor, te sigues ocultando / cual siempre que a llamarte
yo me atrevo / y a la grave pregunta que promuevo, / sólo
responde el viento resonando. // Sólo responde queda la
hermosura / de estos montes y valles que reflejan / acaso tu
recóndita figura // y esas sombras de nubes que semeja, /
fluyendo por la andina arquitectura, /
tus pasos que de incógnito se alejan."

Existencial e intimo, agobiado por la duda e inmerso en
la vacilación, el escritor se hace a sí mismo la
pregunta fundamental de todo hombre racional que anda en busca de
la re – ligación: "me planteo / el trágico
dilema: / Una de dos, o creo firmemente / en la Alta Luz que
otorga la suprema / beatitud y verdadera vida (…) o me
atengo a los datos que me
entrega / la experiencia sensible / y kantiana y feroz mi mente
niega / la existencia de Dios y la apacible / perennidad del alma
/ en un edén de inmarcesible calma."

Esta errancia metafísica acompaña a la
otra, la real, a la física, la de
frontera, visa
y pasaporte, que el escritor ha protagonizado a lo largo y ancho
de su fecunda producción poética. En las noches
brumosas y solitarias del oscuro páramo andino, el poeta
busca con pasión e inquiere con furor, en medio de la
feroz tempestad, para ver si, más allá de su propia
tormenta existencial, hay algún indicio fehaciente de la
existencia de ese Dios que lleva tatuado en sus adentros, sin que
todavía adquiera existencia propia, contornos definitivos:
"Es como si en mi piel llevara impresa / tu divisa de fuego
inextinguible / por ser ganado yo de tu dehesa / y Tú mi
mayoral inaccesible" Sin embargo, empapado por la duda, el
escritor anhela. "Yo quisiera en mi agonía / con un
inmenso escalpelo / desgarrar la piel del cielo, / para ver si
más allá / de las estrellas está / lo que
busco en mi desvelo. // Es decir, o tu presencia, / Señor,
por fin comprobada, / o bien la gélida nada / que
presiente mi conciencia."

Entre esos dos extremos existenciales – creer o no
creer, no sólo en Dios, sino también en los
innumerables dogmas y preceptos de la Santa Iglesia
Católica y Romana – se debate la errante existencia del
poeta, signado por el sino del pecado en
todas sus gradaciones y la permanente presencia de la propia
culpa: "Dedos sacerdotales me ofrecieron / breve luna de pan una
mañana: / `Cómela reverente", me dijeron: `Es Dios
que por amor a ti se humana" (…) Yo lo quise guardar, pero
mil veces / lo quebranté; gemí desasistido; / y con
nocturnas lágrimas y preces, imploré tu
perdón, arrepentido."

Con el Dios de la Nueva y Santa Alianza, el hecho
hombre, acompañado además de todas las
disposiciones del Concilio de Trento apiladas en su maleta
interior, viaja el agobiado escritor por mares y océanos
del mundo. Demasiado y pesado equipaje le acompaña en cada
puerto o estación de su personal
calvario, hasta que un día, rabioso se rebela y declara
que en algún momento de su "roja rebeldía
adolescente", desertó a conciencia de la bandera
católica: "Me alisté voluntario en el suicida /
tercio sin ilusión de los ateos / y elegí como lema
de mi vida: / `Primus in orbe fecit timor deos"."

Pero fue en Maracaibo, en el Occidente de Venezuela, en
plena errancia americana, donde el escritor rompe
definitivamente, por un largo período, con el Dios de sus
ancestros, aquel que en su infancia y temprana juventud
también fue suyo. Dejemos que el propio López Rueda
nos informe de la
razón y las circunstancias que acompañaron a esa
abrupta y profunda ruptura con el Cristo de sus pasiones:
"Sucedió en Maracaibo. / Yo buscaba / el triste pan en
lágrimas bañado / de los hombres sin patria, pues
me hallaba / ligero de equipaje y arruinado (…) No
encontraba salida. Mis papeles / sólo un mes en el
país me daban. / Todos los funcionarios eran fieles, /
quizá porque mis arcas bostezaban (…) Entonces,
destapándoseme el alma blasfemias como sapos me nacieron.
/ Ya nada me importó. Perdí la calma. / Y de
oprobios mis labios se cubrieron."

En serio, muy en serio, se toma el poeta su re –
ligación, la manera de asumir su religión, la forma de
querer continuar creyendo o no en un Ser Superior dotado de
infinita bondad. Lentamente, sus rebeliones se van
domeñando: "El odio me brindaba tu presencia / lo mismo
que el amor anteriormente", las pasiones y el orgullo se van
calmando: "Humillo mi conciencia. Voy a misa / para que veas
Tú que no te olvido", aunque la duda permanezca vigente e
incólume en los adentros del pensador, en las
entrañas del hombre: "Y renunciando a comprender los
planes del proceso
cósmico que despliegas, / oscilo entre la angustias y mis
afanes / tu ansiada luz solicitando a ciegas."

Progresivamente el poeta se va retirando del mundo
cristiano
para irse reconciliando con un Dios – su
Diosito – que va amoldando, con paciencia y renovada fe,
a su emoción estremecida y a sus saberes y entenderes: Un
Dios a su medida, cercano, intimo, personal,
asequible.

López Rueda, más sereno y despejado,
concediéndole a ese salto al vacío que es la fe,
argumentos otros que la lógica
y la inteligencia
desconocen, tranquilo acepta entonces: "Después de tanto
error y tantas quejas, por haberte buscado vanamente / con la
lógica frágil de la mente, / sin ver que del
soberbio Tú Te alejas, // he renunciado a mis razones
viejas / y te he invocado cotidianamente / hasta sentir debajo de
mi frente / una leve presión
entre las cejas. // Por la mira que allí se ha destapado,
/ un haz fino de luz ha descendido / varias veces al ánimo
asombrado // y ante el mudo mensaje recibido, / en la alta noche,
cara al cielo echado, / Santo, Santo el Señor, he
repetido."

Así pues, entre reclamo y reclamo, entre
presencias bienvenidas y ausencias reprochadas, va y viene
Diosito en la erranza religiosa de López
Rueda.

En efecto, en todas sus frondosas etapas, la
poesía de López Rueda se nutre de esta particular y
compleja relación entre dos espíritus rebeldes que
no se ven frente a frente, a los ojos. Dios, al socaire de la
necesidad religiosa del poeta, le deja mensajes cifrados,
confusos, ambiguos, en remotos sitios, en locaciones
inverosímiles: en una nube, en un árbol, en una
estrella, en un rayo de luz, en una lluvia pertinaz y repentina,
o en la mar tranquila.

El poeta, por su parte, lo inquiere, a lo largo de la
historia de la humanidad, llamándolo, en sus versos, por
los distintos nombres que le han sido prodigados – "Atón
astral; Osiris luminoso, / Aúm sagrado, / Krishna
compañero, / Elohim, Adonai, Yahvé guerrero, /
Zeus, Odín y Júpiter glorioso. // El Admirable, el
Todopoderoso / Príncipe de la Paz, el Consejero, / el
Padre Eterno / el Hijo Mensajero, / el divino Peráclito
amoroso. // Ormuz de los altos esplendores, / Alá por los
desiertos encendidos, / guía de cimitarras y atambores. //
El Amigo, El Amante y el Marido, // la Llama que alimenta los
amores / y el Niño que en Belén ha nacido." –
a ver si por fin, y de una vez por todas, el Señor regresa
solidario a su lado para reconfortar su permanente
errancia.

Si a orillas del Lago Maracaibo el poeta desafió
a la Divinidad, ahora, más templado, con la razón
dispuesta y la voluntad inclinada, López Rueda, a orillas
de su mar, el Caribe, le concede a Dios una nueva oportunidad
para que se instale en su vida ambulante y en su espíritu
errabundo:

"Sentado junto al plácido Caribe, en esta
vasta arena solitaria, / bebo la meridiana luz plenaria / que el
planeta del alto sol recibe. // Mi viejo corazón que se
desvive / por latir en tu mano imaginaria, / tu callada presencia
necesaria / en sus jardines íntimos percibe. // Aunque
sólo me dejas un resquicio / para ver un reflejo de tu
gloria, / pongo todo mi ser a tu servicio // y
enfilando hacia ti mi trayectoria. / Te doy la flor del alma como
indicio / de que acepto gustoso tu victoria".

El regreso a
España: otra errancia

Cómo quisiera contemplar la
aurora,

regresando por fin a tu alegría

que mi sangre lejana tanto
añora.

El joven José López Rueda emigró de
España, pero España no se fue de
él.

El escritor, maleable, adaptable, versátil,
dúctil, amante de hibridismos y mestizajes, conserva
intacta, sin embargo, su pasión por la Patria que le dio
gentilicio y por la ciudad de sus primeras y jubilosas
correrías. España, su país, su permanente
referencia, el sitio de donde salió joven y donde quiere
regar sus últimas cenizas, ocupa un sitial privilegiado en
el sentir y en el decir del poeta: "Un año más
lejos de mi España / sin remedio termino desterrado; / un
año de vida clausurado; un año más
batiéndome con saña. // Una tristeza dulcemente
empaña / mi pensamiento nunca sosegado / y un hondo amor
por todo lo pasado / me quema el corazón, arde en mi
entraña."

Para el poeta, cumpliendo nuevamente responsabilidades
académicas en el campus de Bowling Green en Alcalá
de Henares, España se convirtió,
paradójicamente, en una renovada errancia del infatigable
itinerante castellano. Esta vez, el maestro acompaña a los
noveles y estupefactos estudiantes sajones para enseñarles
el rostro de su patria, mientras él va, verso a
verso
, develándole el alma.

Fruto de esta inusitada erranza ibérica, el poeta
añade a su ecuménica poesía, nuevos versos
en los que las ciudades españolas y los sitios hispanos
visitados armonizan su morfología, sus características
físicas con la índole que el poeta extrae de cada
uno de ellos para que adquieran un aire distinto, otro aroma, un
particular sustrato, una esencia literaria que no es posible
encontrar ni en las mejores guías para el turista de cinco
estrellas. Acompañemos a López Rueda en el
recorrido poético por algunos de los parajes de su
España reconquistada:

  • Toledo: Especial énfasis le pone el
    poeta a las entrañables sensaciones que experimenta al
    visitar y recorrer la antigua capital visigoda, la ciudad de
    todos los credos y creencias, para retornar en cada uno de
    sus contemporáneos pasos, a los más remotos
    vestigios religiosos y raciales de su España mestiza:
    "Circundo la ciudad, paso delante / de la puerta del Sol que
    me recuerda / con su arco de herradura / y su almenada cresta
    / un viejo libro titulado `España / mi Patria ", cuya
    cálida cubierta / ostentaba un dibujo / del
    portalón mudéjar / que de tanto mirarlo cuando
    niño / grabada a fuego me dejó su huella. /
    Recorro el laberinto de las calles / empinadas y estrechas. /
    Alucinantes Grecos / mis ojos alimentan. / Navego
    juderías, / invado sinagogas obsoletas. / Metido en la
    del Tránsito, recuerdo / monodias hebreas / y un coro
    de fantasmas sefarditas / en silencio me cerca. / Entro en
    Santa María / la Blanca buceando en mi conciencia / y
    adivino la vieja sinagoga / en la cristiana iglesia. / Entre
    sus capiteles y sus arcos / de islámica factura que
    enjalbega / la mano de la cal, me siento el alma / vagamente
    conversa. / Pero a la vez advierto / que en la memoria de mi
    sangre ondea / un bosque de banderas musulmanas / con su luna
    sangrienta / y repentinamente / el alma se me pone sarracena.
    / Mientras tanto, suprema jerarquía, / en su infinita
    almendra / el Cristo Pantocrátor / escondido gobierna
    / con infalible mano / mi triple corazón y las
    estrellas."

  • El entierro del Conde de Orgaz: El escritor
    sabe, reconoce, que Toledo no es Toledo, sin la presencia
    inmarcesible del Greco y su más emblemática
    obra. Ante ella se detiene el poeta para, gustoso,
    describirla, al detalle de lujo, en comprensibles versos; y
    mientras en estupefacta y devota lectura nos encontramos sus
    discípulos, el sagaz y ladino escritor aprovecha para
    colarse de cuerpo entero en la inmortal pintura del heleno
    toledano: "El protomártir San Esteban / muy juvenil y
    circunspecto / y el mitrado San Agustín / de barba
    blanca y grave gesto, / han bajado del paraíso / a
    dirigir el funeral / del muy devoto caballero / Gonzalo Ruiz,
    Señor de Orgaz. // Este suceso portentoso / fue en mil
    trescientos veintitrés / y el lugar del enterramiento,
    / la iglesia de Santo Tomé; / mas los devotos
    asistentes / han venido desde el futuro /mil quinientos
    ochenta y ocho / a las exequias del difunto. // El
    protomártir y el obispo / sostienen el acorazado /
    cuerpo del gran caritativo, / a punto ya de sepultarlo. // El
    párroco, solemnemente, / a la derecha de la escena, /
    va salmodiando su responso / con ronca voz de calavera. / Al
    otro lado puedo ver / dos altos monjes con capucha: / un
    agustino que argumenta / y un franciscano que le escucha. /
    Casi todos los feligreses, / mirando al buen Señor de
    Orgaz / encenizado por la muerte, / piensan que todo es
    vanidad. // Otros, extáticos, elevan / sus ojos a la
    eternidad / que por el noble sucumbido / está abierta
    de par en par. // Sobre las negras vestiduras, / hay rojas
    cruces de Santiago / y manos casi inmateriales / con ademanes
    asombrados. / Emergiendo de las gorgueras / al resplandor de
    los blandones, / las caras de los caballeros / son religiosos
    girasoles. // La capa de San Agustín / y la
    dalmática de Esteban / prodigan oros que contrastan /
    con la negrura de las telas. // Jorge Manuel
    Theotokópoulos, / el hijo niño del pintor, /
    señala con su mano izquierda / la inesperada
    aparición. // Arriba el cielo nos concede / los
    esplendores de su gloria, / mientras abajo, lentamente, / se
    consuma la ceremonia. // Volando raudo al paraíso, /
    un ángel rubio de ala gris / transporta el
    ánima del conde / protoplásmica e infantil. //
    La Virgen y San Juan Bautista / interceden por el finado / a
    un Jesucristo que es la cima / teológica del milagro.
    / Justo detrás de la Madona, / está el
    seráfico Portero / y de su diestra mano cuelgan / las
    dos grandes llaves del Reino. // Entre los santos puede verse
    / al rey Don Felipe Segundo, / que mucho antes de nacer, /
    tiene ya aquí sillón seguro. // Todos los
    bienaventurados / suplican por Gonzalo Ruiz / y nuestro Padre
    compasivo / también lo quiere recibir. // Nubes de
    ángeles borrosos / aletean por el espacio / y algunos
    siguen con sus arpas / la partitura de los astros. // En el
    friso de caballeros, / sólo el Greco mira de frente. /
    Yo le sostengo la mirada / a finales del siglo veinte. // Y
    para hacer más asombroso / el formidable anacronismo,
    / entro en el cuadro y así puedo / participar en el
    prodigio."

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